Director de 7 vírgenes: Alberto Rodriguez

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Tano (Juan José Ballesta San Sebastián: Concha de Plata al mejor actor) consigue un permiso para salir del reformatorio de 48 horas – recuerda a Límite 48 horas (48 Hours, Walter Hill, 1982)- para acudir a la boda de su hermano. En estos dos días el protagonista del filme se dedica a lo que mejor sabe hacer: divertirse con su mejor amigo “El Richi” (Goya Mejor actor revelación para Jesús Carroza).

Nada ni nadie puede pararles, los jóvenes se sienten libres de comportarse a su antojo. Hacen el gamberro, roban, beben, se ríen de todo, participan en riñas callejeras y Tano se reencuentra con su antigua novia. Sin embargo, al final el filme da un giro inesperado y en este corto periodo de tiempo, asistimos a la violenta voladura de todo su mundo. Alberto Rodríguez, su director, afirma que 7 vírgenes «es una película sobre la imposibilidad de ser libre”.

El filme tiene todos los ingredientes de una producción de adolescentes suburbiales: sexo, violencia, drogas…Y podría integrase sin reparos dentro de la corriente europea de dramas que reivindican un sitio para los jóvenes del extrarradio, renqueantes entre la delincuencia y la marginalidad, adolescentes que desafían el hipócrita estado del bienestar. Destacan filmes de gran éxito como: El odio (La haine, Mathieu Kassovitz, 1994); Barrio (Fernando León de Aranoa, 1998); Rosetta (Jean-Pierre y Luc Dardenne, 1999); Felices dieciséis (Sweet Sixteen, Ken Loach, 2002); Lila dice (Lila dit ça, Ziad Doueiri, 2004) y La escurridiza (L’Esquive, Abdel Kechiche, 2004).

Esta coproducción de Tesela PC y La Zanfoña Producciones cuenta con las extraordinarias interpretaciones del dúo protagonista, una puesta en escena impecable y una dirección de actores más que brillante. Si de algo cojea, es de originalidad en el guión. A pesar del innegable trasfondo social del filme y sus diversas ‘lecturas’, son pocas las escenas en la que nos abandona la sensación de que esta historia la hemos visto ya en algún lado. Si bien es cierto, que es sumamente entretenida y no defrauda al público. De hecho el largometraje sobrepasará fácilmente el millón de espectadores en taquilla, con la consiguiente repercusión en recaudación.

Es bastante recurrente, y de buen tono, citar a François Truffaut en cualquier contexto cinematográfico, sin embargo, en esta ocasión, está plenamente justificado. El espectador que esté interesado en averiguar de dónde procede el final del largometraje puede echar un vistazo a Los cuatrocientos golpes (Les 400 coups, 1959). El joven Antoine Doinel se escapa del correccional, corriendo sin parar, huyendo sin saber de qué, hacia un futuro incierto.