Director de El gran Lebowski: Joel Coen
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Si en ‘Muerte entre las flores’, los hermanos Coen juegan con el Hammett de ‘Cosecha roja’ y ‘La llave de cristal’, con ‘Lebowski’, parodian al Philip Marlowe de Raymond Chandler, protagonista de ‘Adios, muñeca’ y ‘El sueño eterno’. ‘El Nota’ se convierte en improvisado sosías del cínico detective, contratado por acaudalados ciudadanos para cuidar y rescatar a sus ovejas descarriadas.
Una alfombra orinada es el nexo de unión entre los dos Lebowski, polos antagónicos de dos formas distintas de filosofía de vida. Por un lado ‘El Nota’ – Jeff Bridges, The Dude – último superviviente de la revolución hippie de los sesenta. En el rincón opuesto: Jeff Lebowski (David Huddleston), arquetípico millonario norteamericano ‘self-made man’, excombatiente inválido y presidente de la fundación que lleva su nombre.
Los dos Lebowski han escogido caminos muy distintos: el rico y respetable tiene una familia desastrosa y el hippy es un perdedor feliz, al margen de la sociedad. Una auténtica bofetada en la cara a la sociedad de consumo.
Aunque la acción se desarrolla en el Los Ángeles de los 90, en un país militarista gobernado por Bush padre en plena Guerra del golfo, El gran Lebowski ofrece una nostálgica mirada a la década de los 60. ‘El Nota’ se reconoce un paria de la revolución ‘flower power’. En aquella época, era dirigente de grupos antimilitaristas estudiantiles, que se dedicaban a asaltar el ROTC (Reserve Officer Training Corps), la oficina de reclutamiento de tropas para Vietnam. Sin embargo, fiel seguidor de un estricto régimen politoxicómano, no recuerda apenas nada de lo sucedido.
‘El Nota’ no sabe ni el mes, ni el día de la semana en que vive, está por encima de esos detalles. Desconecta de la realidad con sus grabaciones de torneos de bolos. Fuma hierba y bebe ‘rusos blancos’ para sumergirse en sus ensoñaciones surrealistas.
La bolera es su templo sagrado y los bolos su única religión. Goodman hace el papel de su inseparable compinche, trastornado excombatiente de Vietnam que siempre tiene que decir la última palabra y Steve Buscemi es un cero a la izquierda, sin voz ni voto. Tres compañeros de equipo contra el anticristo pederasta Jesús (inolvidable John Turturro).
Además de los tres protagonistas y Turturro, el largometraje cuenta con un grupo de personajes muy trabajados, como Jackie the Horn (Ben Gazzara), magnate del porno con grandes influencias en Malibú; Bunny, díscola esposa del millonario, se ofrece a chupársela por 1.000$, mientras se pinta de verde las uñas de los pies; Julianne Moore, que interpreta el papel de la chiflada hija del millonario en busca de un descendiente para la estirpe, o los secuestradores pertenecientes a un grupo nihilista de tecnopop.
El elenco es realmente envidiable: Jeff Bridges, John Goodman, Steve Buscemi, David Huddleston; Julianne Moore; John Tuturro; Sam Elliott o el hombre de confianza del millonario: Philip Seymour Hoffman, recientemente ‘oscarizado’ por su trabajo en Capote (Bennett Miller, 2005).
Las peripecias de ‘El Nota’ en su cochambroso coche son la excusa perfecta para dar rienda suelta a las cintas de los Creedance y el resto de repertorio ‘sesentero’ de la variadísima banda sonora, donde tienen cabida Bob Dylan, Nina Simone, Santana, Elvis Costello, The Eagles, Dean Martin y un largo etcétera.
Como suele suceder en este tipo de producciones, casi nada es lo que parece. El filme resultante se convierte en una delirante comedia de enredos y equívocos, con una trama rocambolesca y desternillante, llena de equívocos y situaciones grotescas. En la línea clásica de la screwball comedy, condimentada con toques de surrealismo onírico.
El largometraje guarda algunos paralelismos con la comedia Rude Awakening (David Greenwalt, Aaron Russo, 1989). Que cuenta la historia de dos hippies que, tras veinte años de aislamiento en Suramérica, vuelven a EEUU en los años ochenta. Paradójicamente, se encuentran con que sus compañeros de protestas revolucionarios se han convertido en lo que más odiaban: yuppies recalcitrantes, ahogados hasta el fondo en la vorágine consumista.
Para cerrar el argumento, el viejo vaquero, que nos presenta al ‘Nota’ al comienzo del largometraje, cierra el relato con una frase que intenta dar un poco de sentido existencial al filme: “unas veces te comes al oso y otras, el oso te come a ti”.