Director de El mensajero del miedo: Jonathan Demme

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Basado en la novela de Richard Condon (autor también del libro y el guión de El honor de los Prizzi), el largometraje de Frankenheimer es un clásico del género thriller-político. Un grupo de soldados de Estados Unidos, prisioneros de guerra en Corea, es objeto de un lavado de cerebro, reprogramados por los malvados y despiadados servicios de inteligencia comunistas con el objetivo de asesinar al presidente de los Estados Unidos. Lo que marca la diferencia en el argumento de esta producción es que los norteamericanos (incluida la madre, interpretada por Angela Lansbury) que tiran de los hilos del poder salen tan mal parados como los ‘Rojos’.

Frank Sinatra, que además de interpretar el papel de capitán en el film, era uno de los productores, tuvo que usar todas sus influencias para sacar adelante el proyecto. Se puso en contacto con la Casa Blanca y John F. Kennedy, ‘in person’, convenció al presidente de United Artists para que diera el visto bueno al proyecto.

Hay que tener en cuenta, que este mismo año (1962), occidente descubría que los misiles soviéticos apuntaban, desde Cuba, al corazón de los Estados Unidos. Incidente que se desarrolla en Trece días (Thirteen days, Roger Donaldson, 2000). Apenas un año después, el 22 de noviembre, Kennedy era asesinado en Dallas. De este modo, el presidente colaboró activamente en la filmación de una versión de su propio asesinato, con lo cual, la trama resulta de lo más perturbadora.

Por aquellas fechas, se realizaron los largometrajes más interesantes en su enfrentamiento con la amenaza del Apocalipsis nuclear: Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (L Dr. Strangelove, or How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb, 1963); Punto límite (Fail-Safe, Sidney Lumet, 1964) y Estado de alarma (The Bedford Incident, James B. Harris, 1965).

En aquellos tiempos, los más calientes de la guerra fría, se presentaba muy difícil convertir en imágenes un argumento tan paranoico y atrevido. Ese mismo año, también se realizó Tempestad sobre Washington (Advise and consent, Otto Preminger, 1962), otro thriller de intriga y corrupción política, pero en ningún aspecto tan ‘subversivo’ como el argumento de la novela de Condon.

El profético filme se convirtió en la producción emblemática de la guerra fría y en un gran éxito, sin embargo, desapareció de las pantallas por más de dos décadas, hasta su reestreno en 1988. Un largometraje en que el presidente de los States es víctima de un complot comunista en el que estaban envueltos ‘lobbies’ norteamericanos, era más de lo que se podía encajar en aquel momento.

Posteriormente, los largometrajes con este perfil paranoico proliferaron bastante, incluso en la década de los noventa los políticos norteamericanos continuaron con la mala costumbre de ponerse en el camino de las balas como en el político-cantante Ciudadano Bob Roberts (Bob Roberts, Tim Robbins, 1992) o el insomne rapero senador Bulwoth (Warren Beatty, 1998).

También se puede citar como ejemplo: Conspiración, Conspiracy Theory, Richard Donner, 1997, donde Mel Gibson interpreta a un taxista insomne y maniático que patrulla La gran manzana como De Niro en Taxi Driver, (Martin Scorsese, 1976). Superviviente del experimento manchuriano, este nuevo mensajero escucha “Can’t Take My Eyes Off You”, tema central de El cazador (The Deer Hunter, Michael Cimino, 1978), y es torturado por al CIA con el instrumental de tortura inconfundibles de La naranja mecánica (A Clockwork Orange, Stanley Kubrick, 1971). A modo de colofón, y como buen magnicida, es lector compulsivo del ‘Guardián del centeno’ de J.D. Salinger.

El remake de Demme, mantiene los roles del original, pero hay un cambio importante de escenario. Los sádicos torturadores son, en esta ocasión, y para estar más de acuerdo con ‘láir du temps’, musulmanes fanáticos. También son malvadísimos villanos, mientras los norteamericanos son los nuevos maccartystas sin escrúpulos (acompañados de una madre – Meryl Streep – aún más perversa e incestuosa que en la primera versión) y casi tan radicales como los integristas islámicos. El lavado de cerebro se realiza esta vez durante la Guerra del Golfo en 1991 y mientras las tecnologías han mejorada en estos tiempos que son una barbaridad, la filosofía del largometraje permanece prácticamente intacta. Incluso el título en inglés ‘The manchurian candidate’ se ha respetado para hacer justicia al original, a pesar de que la acción se desarrolla bastante lejos de Manchuria.

Con posterioridad al 11S se desató en los Estados Unidos una campaña mediática fortísima sobre la amenaza terrorista de Al Qaeda y los ataques con esporas de ántrax que acabaron con las reservas de máscaras de gas (del mismo modo que se construían los refugios nucleares caseros durante la guerra fría). No se sabe muy bien quién orquestó la operación, pero al final el clima de pánico desatado quedó prácticamente en nada. Únicamente sirvió para que los productores de máscaras hicieran su agosto y para que la administración de George Bush Jr. aprobara una serie de medidas que recortan sensiblemente las libertades.

La guerra fría no está, por tanto, tan lejana. Este clima de angustia está muy presente en el documental Bowling for Columbine (Michael Moore, 2002), donde se muestra que fuera de la mansión de Charlton Heston en Beverly Hills los EEUU viven sumidos en el miedo.

Desde el punto de vista cinematográfico, el remake no aporta gran cosa a la historia, si bien, para los blanco&negrofóbicos supondrá la posibilidad de disfrutar de este argumento, que por desgracia no mejora el original. En cuanto a la atmósfera de la película, refleja el clima conservador de los últimos tiempos, del que es difícil escapar cuando la amenaza terrorista se cierne sobre nuestras cabezas, sobre todo si se desayuna, come, merienda y cena a diario en los medios de comunicación.