Director de Hard Candy: David Slade
Critica x netotem©
La pedofilia está definitivamente de moda. Después de décadas de silencio, en los últimos años han aparecido un buen número de títulos que tratan la cuestión de una manera bastante abierta: L.I.E. (Long Island Expressway, Michael Cuesta, 2001); el asombroso documental Capturing the Friedmans (Capturing the Friedmans, Andrew Jarecki, 2003). Palíndromos (Palindromes, Todd Solondz, 2004) y también fue parte importante de otra obra de Solondz: Happiness (1998); Samaritan Girl (Ki-Duk Kim, 2004) y, finalmente, El leñador (The Woodsman, Nicole Kassell, 2004). Incluso Pedro Almodóvar aborda esta peliaguda materia en el seno del colegio católico de La mala educación (2004).
Vivimos unos tiempos en los que las redes de pederastas por Internet son continua portada de noticieros televisivos y prensa escrita. Por otro lado, el partido Caridad, Libertad y Diversidad (NVD, en sus siglas holandesas) presiona para la reducción de la edad legal para mantener relaciones sexuales de 16 a 12 años y también para legalizar la pornografía infantil y el sexo con animales.
Antes de acudir a las salas, la publicidad del filme nos llama la atención sobre el problema. Sin embargo, en la primera escena del largometraje ya se adivina que no va a producirse ningún abuso de la menor en cuestión. Muy al contrario, es la chica la que da la vuelta a la tortilla y se dedica a aterrorizar al co-protagonista del filme.
El largometraje convierte a la víctima en verdugo, como sucedía en La muerte y la doncella (Death and the Maiden, Roman Polanski, 1994) o Sólo mía (Javier Balaguer, 2001). Contando con la participación de una niña más cruel y retorcida que Lawrence Olivier en La huella (Sleuth, Joseph L. Mankiewicz, 1972).
Nuestra protagonista, encandilada por el chocolate, es una chica lista al estilo de la joven que aparece en La flaqueza del bolchevique (Manuel Martín Cuenca, 2003), pero no es factible ni que deduzca la combinación de la caja fuerte, ni que sea lo suficientemente fuerte, no ya para dominar a un adulto, sino simplemente para moverlo de lugar como hace continuamente en el filme.
Esta Lolita se aleja considerablemente del modelo de Navokov. Nuestra solitaria SuperNena se acerca bastante más a un refrito entre Hannibal Lecter y American Psycho.
Hard Candy, primera película de David Slade, fue galardonada en el último festival de Sitges con los premios a la mejor película, guión y el del público, lo cual, a priori, debería suponer una garantía. Sin embargo, es impensable que una niña de catorce años lleve a cabo cualquiera de las torturas del largometraje. Su conducta sádica es una forma efectista de ganarse la atención del gran público con líneas argumentales que se salen de lo políticamente correcto.
La desaparición de la joven Donna, que menciona la película, no es más que una excusa, un simple pretexto para que la chica perpetre su venganza. Ni las magníficas interpretaciones de Patrick Wilson y Hayley Stark, ni la claustrofóbica puesta en escena, son capaces de levantar un guión absurdo y falto de toda lógica.
Tal como se desarrolla la acción., resulta completamente imposible empatizar con ninguno de los protagonistas. Uno se limita a esperar que la niña se saque de la manga todo tipo de artilugios de tortura. Y preguntarse si también llevará en su bolsa de ‘Sport Billy’ los electrodos y las astillas de bambú para aplicar debajo de las uñas del desgraciado pederasta.
Lo peor de esta producción no es que lo que sucede en la pantalla sea increíble. La historia del cine está repleta de grandes películas con argumentos descabellados, lo lamentable es que el relato es completamente inverosímil. Tal como se nos presenta al lobo a merced de Caperucita, nunca conseguirían convencernos de que algo parecido pudiera suceder en la vida real, contando además con que, como todos sabemos, la realidad ya no es lo que era.
Esta historia es también una revisión al alza de la fábula de La bella y la bestia, procedente de Magasin des enfants (El almacén de los niños) obtenido del texto original de Madame Barbot de Villeneuve editada en 1757. Cuya versión cinematográfica más significativa es, sin duda, la obra maestra surrealista: La Bella y la Bestia (La Belle et la Bête, Jean Cocteau, 1946).
El pobre remake King Kong (John Guillermin, 1976) sigue los mismos cánones del original, aprovechando el oportunista contexto de la crisis del petróleo. Con Jessica Lange como reina de los monos, pone el acento en los aspectos ecologistas de la historia.
A diferencia de las otras versiones, y a pesar de ser una auténtica bomba de testosterona, el mito de Jackson resulta bastante asexual, al igual que la mayoría de los plastificados personajes fantásticos creados el pasado siglo. Por otro lado, nuestro mono continúa tan racista como siempre. Al estilo de su primo Tarzán de los monos, que también prefiere a la chica de raza blanca, en vez de decantarse por los encantos de las bronceadas féminas locales. De todas maneras, al Rey Kong únicamente le es permitido un breve y platónico idilio en Central Park, eso sí, aderezado con sus buenas dosis de Amour fou.
En su ascensión de los 450 metros recién estrenados del Empire State, (finalizado en 1932), Kong se convierte en un símbolo satánico que representa lo más salvaje y primitivo. Enfrentado en solitario al desarrollo de nuestra civilización en su desenfrenado y antinatural desarrollo tecnológico.
Kong es además precursor de otras muchas otras criaturas. Monstruos resultantes de la desastrosa intervención de nuestra especie como Godzilla, Hulk y tantos otros mitos a menudo de origen radiactivo. Emblema del cine fantástico y símbolo del festival de Sitges, pasó de producción de ‘Serie B’, a mito inmortal. Sublimación de lo desconocido y ancestral. Predestinado por la fatalidad a un trágico final. La oscura sombra de King Kong es alargada.
“No, no fueron los aviones. La belleza mató a la bestia”.