Desde su más tierna infancia, el séptimo arte nos ha presentado, con mayor o menor acierto, situaciones y episodios con su particular visión de las cosas. Destaca en este aspecto, uno de los progenitores del invento: D. W. Griffith para el que en El nacimiento de una nación, The Birth of a Nation, 1915, los integrantes del Ku Klux Klan eran unos héroes ensabanados que en el último momento aparecían como la caballería a «desfacer» el entuerto.
En los abundantes conflictos armados del pasado siglo, el cine fue siempre arma desvergonzadamente propagandística y arrojadiza, al servicio de la causa militar y patriotera Los ejemplos, tanto en el campo de la ficción, como en el documental, son tan numerosos que la lista sería interminable.
Durante la guerra fría, las producciones cinematográficas sirvieron para enrarecer aún más si cabe el clima de miedo y desconfianza. Se produjeron películas de ataques nucleares e invasiones extraterrestres, en las que los «marcianos bolcheviques»(no en vano vienen del planeta «rojo») sometían el planeta y nos deshumanizaban, convirtiéndonos en seres homogéneos sin sentimientos, ¿comunistas? Acabando de golpe con el modo de vida norteamericano. El clásico del género es La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, Don Siegel, 1956).
La vieja dialéctica entre apocalípticos e integrados de Umberto Eco hace ya tiempo que se dio por finalizada. Con la caída del Muro llegaron de la mano «El fin de la Historia» y el «Pensamiento único». La caja tonta, el cine y los otros Media han sido instrumentalizados como vehículos para la venta de comida basura, el consumismo y el modelo norteamericano. Para comprobar su éxito, no hay más que pasearse un fin de semana por cualquier abarrotado centro comercial, donde los ciudadanos deambulamos sin control como los borregos alrededor de la iglesia en El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962).
En los años 2000, el cine ha acometido sin pudor los más variadas cuestiones sociales: malos tratos: El bola (Achero Mañas, 2000) y Te doy mis ojos (Iciar Bollaín 2003); eutanasia: Mar Adentro (Alejandro Amenábar, 2004) y Million dollar baby (Clint Eastwood, 2004); etc.
Con la cuestión de la integración racial y religiosa se han editado en DVD tres producciones de 2002, directamente dirigidas a la mujer, como integradora final de la familia. Los tres largometrajes están cortados con el mismo patrón.
Mi gran boda griega
En la comedia: Mi gran boda griega (My Big Fat Greek Wedding, Joel Zwick, 2002), la protagonista de treinta años y origen griego, vive en Chicago y consigue convencer a su familia para que acepte a su novio WASP (white, anglo-sajón, protestante).
Quiero ser como Beckham
En Quiero ser como Beckham (Bend It Like Beckham, Gurinder Chadha, 2002), una adolescente de origen Sikh ortodoxo, del Oeste de Londres también logra, después de tontear con su entrenador anglo-sajón, el permiso familiar para vivir el sueño americano, fichando por un equipo de fútbol de EEUU.
Las mujeres de verdad tienen curvas
La adolescente protagonista de Las mujeres de verdad tienen curvas (Real Women Have Curves, Patricia Cardoso, 2002), consigue (después de liarse con un compañero de clase de raza blanca) escapar de la disciplina de su familia mejicana del Este de Los Ángeles, para vivir «su vida» en la cosmopolita Universidad de Columbia en la gran manzana.
En su último libro, Samuel P. Huntington, analista del «choque de civilizaciones», informaba sobre la «amenaza» para la identidad de su país, que puede resultar de la no integración del los latinos ¿Quiénes somos? Los desafíos a la identidad nacional estadounidense , Paidós, 2004, pues bien, el argumento de este último film parece encajar a la perfección con el perfil que nos presenta Mr Huntington.
No son pocos los norteamericanos que se sienten amenazados por la creciente influencia de los hispanos en la sociedad, la cultura e incluso en la política de su país. El actual alcalde de Los Ángeles es por primera vez en la historia, un latino (descendiente de inmigrantes mexicanos: Antonio Villaraigosa). Los hispanos son cada vez más y la superioridad del idioma inglés no está nada clara a medio plazo. Las segundas y terceras generaciones de inmigrantes forman espacios cerrados donde se mantienen unidos a sus familias, compartiendo, además de su idioma, su cultura y sus costumbres. Los colectivos que no se integran al «american way of life” ponen en supuesto peligro la homogeneidad de la sociedad norteamericana.
Estas tres producciones tienen en común su ataque frontal a la familia tradicional, en la que la mujer asume el papel de cría de los hijos y cuidado de la casa, rompiendo una lanza por el feminismo, la libertad individual y el sistema norteamericano, pero dejando en el aire algunas preguntas: ¿es necesaria esta homogeneización cultural y religiosa?. ¿Es éste sistema el mejor modelo posible?
En nuestro país, la inmigración es un fenómeno social relativamente reciente, por lo que hasta la fecha no se ha realizado ningún largometraje en el que una joven inmigrante, preferiblemente de origen árabe (así intentamos paliar el problema islámico), se enamora del apuesto y prometedor celtíbero local y lucha para que su familia acepte su unión con un «infiel». La familia, al principio, no acepta el matrimonio, pero al final el amor siempre triunfa y todos a comer perdices…
Si nos tomamos al pie de la letra las tres películas en cuestión, pudiera desprenderse que el cine está incitándonos a una desenfrenada promiscuidad interracial. Como dicta el lema atribuido al entorno de Warren Beatty: Everybody’s gotta fuck everybody until we’re all the same color!. Nada más lejos de la realidad, y muchos menos en cuanto a las relaciones con la raza negra (afro-americanos para ser políticamente correctos).
Adivina quién viene a cenar esta noche
Aunque Adivina quién viene a cenar esta noche (Guess Who’s Coming to Dinner, Stanley Kramer, 1967) dejó la puerta abierta, muy pocos cineastas se han atrevido a entrar en materia. Es muy cierto que si exceptuamos las producciones pornográficas, donde los galanes de raza negra abundan por doquier (sin menospreciar los valores patrios representados por Nacho Vidal, retirado recientemente), en el resto de producciones norteamericanas, las relaciones con integrantes de raza negra son perlas «negras» contadas. Y más, si son de «hombre negro-mujer blanca», así, a bote pronto, sólo acude a la memoria Mandingo (Richard Fleischer, 1975), en la que el pobre esclavo acababa al baño-maría y con el «Mandingo» más escaldado que el pavo de acción de gracias de los primeros colonos que llegaron en el MayFlower. Con estos precedentes, no es extraño que los actores negros escasean en las producciones de adolescentes juerguistas.
Algunos actores importantes como Denzel Washington han hecho sus pinitos en el asunto, pero sirva como ejemplo la película: El informe pelícano (Pelican brief, Alan J. Pakula, 1993), en la que ni siquiera llegó a enrollarse con Julia Roberts (cosa que la actriz no para de hacer en todas sus comedias románticas), por la única razón de que Mr. Washington sigue siendo negro. Ciertamente, la moral estadounidense no podía permitir que la novia de América cayera en las brazos de un «afroamericano» (PC de nuevo), por mucho Denzel Washington que fuera, a pesar de que en la novela de John Grisham los protagonistas sí se lían (no podía ser de otra manera).
Wesley Snipes cogió el toro por los cuernos en Fiebre salvaje (Jungle fever, Spike Lee, 1991), sin embargo, en su última saga: Blade, el contumaz vampiro deja la cuestión de pareja bastante abandonada, ¿quizá por ser negro?. Nada que ver con el Christopher Lee de los mejores tiempos de la Hammer, al que pocas se resisten.
Por lo que se desprende de estas cintas, para la internacional causa integradora, todos los borregos somos iguales, pero como escribió Orwell en aquél libro irrepetible:
Some animals are more equal than others – George Orwell