Director de Syriana: Stephen Gaghan
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Syriana es un film de espionaje y corrupción basado en una historia real de Robert Baer, Oficial para la Dirección de Operaciones de la CIA durante más de 20 años. El texto original gira en torno a los conflictos e intrigas políticas y económicas, producto de los intereses estratégicos en el Golfo Pérsico.
El largometraje presenta numerosos puntos de vista, de entre los cuales, el de Bob Barnes – Oscar mejor actor secundario para George Clooney casi irreconocible detrás de la barba y los kilos -, veterano agente de la CIA, es el personaje central del relato.
Stephen Gaghan, ya oscarizado por el guión adaptado de Traffic (Steven Soderbergh, 2000), da un importante salto cualitativo. A pesar de los casi inevitables estereotipos de algunos papeles, juega con gran habilidad con el “color del cristal del mundo traidor” de Campoamor. No se limita a teatralizar la partida de ajedrez de los poderosos, sino que se aventura a escarbar en los mecanismos del engranaje y en las condiciones miserables en los barracones de los inmigrantes de los campos petrolíferos. Carne de cañón del terrorismo islámico.
Acusado de cierto abigarramiento y desorden, el largometraje es complejo y poliédrico. Desde el comienzo su director, Stephen Gaghan, huye de la trama lineal del thriller clásico para presentar la máxima cantidad de perspectivas distintas. Dentro de su incuestionable pretenciosidad, el filme evita dar sermones, apartándose de la dialéctica de los preconcebidos clichés del cine Hollywoodiense.
En los guiones de Gaghan la realidad nunca es simple. No hay buenos ni malos en el sentido tradicional. No encandilará a los amantes de las tramas masticadas y deglutidas presentadas en bandeja. Syriana no es un plato de comida rápida, lista para el consumo. Es un sofisticado menú de escenas yuxtapuestas en las que cada uno de sus 70 personajes cumple con su misión, con el objetivo de dar una imagen global de los conflictos de Oriente Medio.
Hay que destacar de entre la maraña de sub-tramas, como la del padre alcohólico del agente o la muerte del hijo de Damon en la ficción. Ambas incrementan el dramatismo de la producción, pero no aportan nada al relato, por el contrario, distraen la atención del nudo argumental.
La estructura sobre la que se vertebra Syriana, presente en películas recientes de gran éxito como Crash (Paul Haggis, 2004), no es en absoluto original, ni novedosa. Está presente en viejos clásicos como Gran Hotel (Grand Hotel, Edmund Goulding, 1932). El sistema se presentaba ideal para compaginar los papeles de las ociosas estrellas de la Metro.
Cineastas consagrados como Robert Altman han empleado el modelo, adaptándolo a diversos géneros: Nasville en 1975 y Vidas cruzadas (Short cuts, 1993) son sus títulos más relevantes.
Resulta evidente el esfuerzo de producción realizado para dar verosimilitud a la narración fílmica y dotarla de un estilo lindante con el documental. Sin esta coherencia el largometraje podría haber perdido gran parte de su potencial.
Tanto la puesta en escena, como las localizaciones y el vestuario son objeto de un cuidado exquisito en cada uno de los detalles. El filme cuenta además con un extraordinario reparto entre los que destacan auténticos pesos pesados como Matt Damon, William Hurt, Christopher Plummer o Chris Cooper.
Syriana es el nombre que se da en Washington a la reestructuración del Golfo Pérsico. Y Nasir (el papel de Alexander Siddig) es el príncipe dispuesto a modernizar su país con programas progresistas destinados a sacarlo del modelo autocrático-feudal habitual de las monarquías árabes. Sin embargo, los destinos de los habitantes del golfo están regidos desde las altas esferas por los gerifaltes de los gigantes del petróleo.
El cine contemporáneo ha saldado cuentas con las tabaqueras en El dilema (The Insider, Michael Mann, 1999); con Pacific Gas & Electric Co. derrotada por Erin Brockovich (Steven Soderbergh, 2000); con las compañías informáticas en Cypher (Vincenzo Natali, 2002) y con el omnipotente poder de las empresas farmacéuticos en El jardinero fiel (The Constant Gardener, Fernando Meirelles, 2005). Tarde o temprano tenía que llegar el turno a los todopoderosos emporios energéticos.
Los Estados Unidos de América, ungidos con el autoimpuesto título de policías del planeta, no emplean capital y recursos en salvaguardar la libertad universal, muy al contrario, buscan a toda costa el beneficio y salvaguardar sus intereses mercantiles.
Tampoco los norteamericanos son los únicos en jugar con ventaja en el terreno energético-político. Basta con informarse un poquito en nuestro pasado reciente y ver documentos como Memoria del saqueo (Fernando Ezequiel Solanas, 2004) para percatarse de la dinámica de corrupción de los negocios petroleros a otros niveles que afectan directamente al precio de nuestros carburantes.
La película deja al final el regustillo amargo de Los tres días del Cóndor (Three Days of the Condor, Sydney Pollack, 1975), con la que comparte el papel de intrusión de la CIA como desestabilizadora de regímenes a favor de los intereses petrolíferos norteamericanos. Poderoso caballero Don Petrodólar.