Director de Warriors, Los amos de la noche: Walter Hill
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En una calurosa noche de veraniega, 60.000 pandilleros descendientes de Gangs of New York (Martin Scorsese 2002), a finales de los setenta, pactan una tregua y realizan una ‘convención’ para escuchar el mensaje de Cyrus. Si se mantienen unidos y olvidan sus disputas, multiplicarán a los policías en una proporción de tres a uno: “el futuro es nuestro”. Can you dig it?. El planteamiento inicial no puede ser más excitante y prometedor. En medio de la confusión, el carismático líder mesiánico es asesinado y la banda protagonista es acusada por una pandilla rival.
Cleon, jefe del grupo es atrapado por sus enemigos y el resto escapa corriendo. A lo largo de la precipitada huida se define la personalidad de los restantes integrantes de la banda. Cada miembro tiene su función en la pandilla, se realiza un interesante estudio antropológico grupal.
Los enfrentamientos se van sucediendo, al tiempo que el argumento va perdiendo consistencia hasta evaporarse todo interés. Las variopintas bandas se suceden a cada cual con una indumentaria más absurda. A pesar de la falta de valores cinéticos, este largometraje tuvo una repercusión y un éxito notables. Gracias a su estética, su impecable puesta en escena y la novedosa fotografía de Adrew Laszlo. Walter Hill, que ya había dirigido ‘The driver’ el año anterior, estaba llamado a realizar obras de mayor mérito cinematográfico.
Acompañando la acción, la emisora local (Con un código de justicia que dicta sus propias normas) va radiando esta particular odisea griega que atraviesa Manhattan. Del mismo modo que posteriormente en Haz lo que debas (Do the Right Thing, Spike Lee, 1989) Samule L. Jackson comenta las incidencias del barrio.
El filme está basado en la Odisea de Homero y en la Anábasis de Jenofonte. A la muerte de Cyrus 10.000 guerreros cruzaron Asia menor de vuelta a casa. De la misma manera en que los Warriors van a desembocar a la playa donde se desarrolla el final. Una especie de Ítaca-útero-materno, referencia recurrente de filmes clásicos como la casa de construcción nórdica del western Centauros del desierto (The Searchers, John Ford, 1956).
El relato es muy rico en citas clásicas. Cleon, líder de los Warriors, fue un político destacado en Grecia a la muerte de Pericles y Ajax es el guerreo loco de Troya, segundo de Aquiles, que disputa la supremacía de Swan y acaba en manos de la policía. La acción transcurre durante el viaje de los integrantes del grupo (de la misma forma que O brother! (Joel Coen, 2000), se ven forzados a cruzar la ciudad hasta llegar a casa, pasando por el territorio del resto de pandillas que intentan impedírselo. Tres miembros del grupo a punto están de perecer bajo los encantos de las homéricas sirenas con revolver del Bronx.
Las guerras de bandas ya estaban presentes en la shakesperiana West Side Story, (Jerome Robbins, Robert Wise, 1961). Con sus coreografiadas zurras entre puertorriqueños e irlandeses, y tampoco la delincuencia juvenil era un argumento desconocido en aquellos momentos. Ya se habían realizado la brightoniana Quadrophenia (Franc Roddam, 1979), con su legendaria dialéctica entre rockers y mods. Sin embargo, Warriors se convirtió en película de culto para una generación del barrio, que acudió a ver el film, una y otra vez, hasta aprender de memoria las frases descalificatorias y pretendidas ‘gracietas’ de los duros del filme al estilo: “te voy a meter el bate por el culo, para que te conviertas en un polo”.
El largometraje transcendió las pantallas cinematográficas y entró inmediatamente a engrosar el selecto grupo de las películas de culto y pública idolatría. Las algaradas callejeras de bandas, como consecuencia directa de la influencia del filme, dieron como resultado en Norteamérica un resultado de tres muertos y numerosos heridos.
El subgénero tuvo un gran éxito comercial. Durante toda la década de los ochenta se produjeron en nuestro país filmes sobre las figuras destacadas de la delincuencia juvenil como Los últimos golpes de El Torete y Yo, El Vaquilla (José Antonio de la Loma. 1980/85) y Perros callejeros I y II (José Antonio de la Loma, 1977/79) que se atrevió incluso con Perras callejeras en 1984. Navajeros, El pico I y II (Eloy de la Iglesia, 1981, 1983, 1984), tocaban el mismo género, pero más centradas en el mundo de la droga.
También se realizaron algunos filmes como The Wanderers (Philip Kaufman, 1979); Rebeldes (Outsiders, Francis Ford Coppola, 1983) o Deprisa, deprisa (Carlos Saura, 1980), tratando de dignificar el subgénero y fallando estrepitosamente en el intento. Sin embargo, poco después la expresionista “Camus for kids” La ley de la calle (Rumble Fish, Francis Ford Coppola, 1983) acertaría plenamente en su presentación del aniquilamiento de la droga como peces que se pelean consigo mismos, respondiendo a impulsos autodestructivos.
“El pandillero tatuado y suburbial” de la canción de Sabina, perteneciente a la popular banda del ‘moco verde’ había cambiado la tradicional ‘picha de toro’ de origen rural por los luchacos y la postindustrial navaja automática y se identificó automáticamente con estos modelos urbanos y arrabaleros. Algunos de estos jóvenes acababan de pasar de los porros a la heroína y otros lo harían a lo largo de la década. La mayoría hace tiempo que no se encuentran entre nosotros.
Tony Scott, está preparando un remake que traslada la acción de NY a Los Ángeles. Dirigirá, como es habitual en su carrera, una espectacular y predecible superproducción con muchos medios. Más parecida al videojuego para PlayStation, doblado por los propios protagonistas del filme original, que a la obra de Hill. Perderá, seguro, la inconfundible estética de finales de los setenta, la frescura del graffiti, de la navaja automática, de los bates de béisbol y del cóctel molotov, dejando al margen sus buenas dosis de contracultura.
La única duda que se puede albergar es si el hermanísimo de Ridley incluirá o no la célebre escena en que el malvado enemigo de la banda de culto llama a sus rivales: “Warriors… venid a jugar”.