Autor de El nombre de la rosa (The name of the rose): Umberto Eco

Los hombres de antes eran grandes y hermosos (ahora son niños y enanos), pero ésta es sólo una de las muchas pruebas del estado lamentable en que se encuentra este mundo caduco. La juventud ya no quiere aprender nada, la ciencia está en decadencia, el mundo marcha patas arriba, los ciegos guían a otros ciegos y los despeñan en los abismos, los pájaros se arrojan antes de haber echado a volar, el asno toca la lira, los bueyes bailan, María ya no ama la vida contemplativa y Marta ya no ama la vida activa, Lea es estéril, Raquel está llena de lascivia, Catón frecuenta los lupanares, Lucrecio se convierte en mujer. Todo está descarriado

El nombre de la rosa es un relato polimórfico de múltiples lecturas. Por debajo de un primer nivel superficial, tramada como un relato de misterio detectivesco, protagonizado por un monje franciscano, admirador de Roger Bacon, llamado Guillermo de Baskerville, en clara alusión a Guillermo de Ockham y a la obra de Arthur Conan Doyle.

Guillermo de Baskerville, acompañado de su fiel pupilo Adso de Melk, desvela los misterios de la mayor biblioteca de la cristiandad.

Un libro está hecho de signos que hablan de otros signos, que, a su vez, hablan de las cosas. Sin unos ojos que lo lean, un libro contiene signos que no producen conceptos. Y por tanto, es mudo

Alrededor de una serie de muertes en serie, al parecer, relacionados con el libro del Apocalipsis de San Juan, Umberto Eco vertebra una compleja novela histórica que pone de manifiesto el costumbrismo de la época.

Nada hay que ocupe y ate más al corazón que el amor. Por eso, cuando no dispone de armas para gobernarse, el alma se hunde en la más honda de las ruinas

Umberto Eco, el barbudo semiólogo transalpino, nos lleva al corazón de la edad media y las luchas de las órdenes religiosas, sociales y culturales del Siglo XIV.

La belleza del cosmos no procede sólo de la unidad en la variedad, sino también de la variedad en la unidad

Porque la arquitectura es el arte que más se esfuerza por reproducir en su ritmo el orden del universo, que los antiguos llamaban kosmos, es decir, adorno, pues es como un gran animal en el que resplandece la perfección y proporción de todos sus miembros

Como dice Boecio, nada hay más fugaz que la forma exterior